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"agosto 2016"

entradas de Aravind Enrique Adyanthaya como parte de QUIEBRE

Festival de Performance, Río Piedras, Puerto Rico 2016

agosto 8

El lenguaje es un remanente.

Un estadio intermedio del que ya prevemos su obsolescencia. El sueño sci-fi de la conexión directa entre mentes, entre mentes humanas e inhumanas (sintonías) y otros sistemas (orgánicos, maquinales). Es la visión de Marshall McLuhan de la era digital como una etapa de estructuras de cognición donde vivimos/viviremos en estados profundos de “interdependencias totales”, “co-existencias superpuestas”, en medio del terror del difuminamiento de las barreras que nos separan como entes discretos, de trance en trance, fluidos (húmedos), tocando nuestros tambores tribales en la noche. El triunfo de la onda sobre la partícula. (Es sólo, al fin, una forma que seleccionamos para entender, una fábula para niños aunque sin moraleja, como los modelos subatómicos. Lo que podría ser, tal vez, en su esquema más inocente, una musicalidad.)

Los que mutamos (en las últimas semanas he perdido la mitad de mis dientes), nos sentimos que perdemos su facultad cada día más (la facultad, por ejemplo, de hablar claramente, de que se me entienda, especialmente ciertas consonantes). Que caemos en un bruitismo involuntario (hoy a cien años, seis meses y tres días de la apertura de las soirées en el Cabaret Voltaire, allí donde la voluntad, a pesar del crical, estaba tan clara).

El lenguaje, así, en sus últimos días, empieza a mostrar (selectivamente) intermitencias. Podemos ver una página como vemos una ilusión óptica. Miro la página y veo algo inteligible, que puedo leer. Pero de momento la miro de forma distinta y las letras pasan a formas, sólo grafías puras, libres de sistemas semánticos. Cuando hablo con las personas, de igual forma, tengo que esforzarme en que mi percepción se enfoque en buscar la figura, la perspectiva aural particular desde la cual su habla es lenguaje.

Y, sin embargo, nos cubre. El lenguaje insiste en arroparnos suavemente, acurrucarnos, casi en ponernos a dormir. Aquí, en el Paseo de Diego.

He transcrito las letras que he entendido (me he enfocado, pero el graffiti es a veces esa rebeldía, difícil de descifrar) en dos sectores: de la Ponce de León a la Calle Brumbaugh y, caminando en sentido opuesto, de la Calle Ferrocarril a la primera Calle que corta el Paseo. El primer recorrido (4 de agosto) fue por la noche; el segundo (5 de agosto), de tarde. En el primero sé que se me escaparon muchos escritos, re-recorriendo el tramo después veo, por ejemplo, un signo modesto que lee “Examen de la Vista”. Aparece en el día.

Hace años cuando comencé la práctica de escribir en una computadora en escena mientras simultáneamente se proyectaba este acto creía en el poder de seducción de la escritura. En la violencia de la escritura de obligarte a leer en su presencia. Pero a través de la práctica escénica he constatado la variabilidad de enfoque de quienes perciben. Actores, palabras habladas, signos gráficos se visibilizan o invisibilizan a distintos grados dependiendo de la instancia teatral, de la transacción de cada perceptora (público) en el momento de transmisión. Deleuze, por ejemplo, habla de lenguajes menores como tendencias,vectores o tensores dentro del lenguaje mismo que continuamente lo desestabilizan, rompen su oficialidad, sus fijaciones. Escritura-acto es flujo desestabilizador constante: frases violentas, modismos mutantes, exorbitancias o juegos, errores tipográficos o gramaticales, sintaxis transpuestas, fugas hacia otros lenguajes o códigos, las particularidades de la mecanografía, de lo físico. Tales variaciones, que se dan naturalmente en el momento de escribir en escena, marcan lo menor de la práctica. La performatividad se convierte en un dínamo de lo menor, tal vez un vector que puede informar otras escrituras no-sincrónicas, o sea, escrituras como normalmente las conocemos, en las que producción (escritura) y percepción (lectura) estan separadas en el tiempo. Esto es escrituras/lecturas, como ésta, diacrónicas, en ausencia (en las que no coincido en persona contigo). [Recordamos a Derridá cuando dice que el pensamiento occidental ha concebido siempre la escritura como acediada/embrujada por una ausencia.) ¿Hasta dónde (cómo) podemos insuflar de lo performático una escritura/lectura en ausencia? ¿O hacer de una ausencia un performance? (¿O convertirse en un escritor absolutamente menor?)

***

Un/a escritor/a menor también deviene aquel/la que constantemente intenta defamiliarizase a sí misma/o. Nunca quedándose, logrando una fórmula. Nunca realmente asible (re-hacible).

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No escribo en blogs ni redes sociales. Así propongo aquí una actividad para mí nueva, regular aunque delimintada en el tiempo – los días antes y después del Festival de Performance Quiebre que se dará en el Paseo de Diego de Río Piedras al final del mes de agosto del 2016. Algo ajeno al espectáculo. Cierta heterocronía contra la fibra.

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