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"agosto 2016"

entradas de Aravind Enrique Adyanthaya como parte de QUIEBRE

Festival de Performance, Río Piedras, Puerto Rico 2016

agosto 24

El Festival Internacional de Performance QUIEBRE abrirá mañana, 25 de agosto en el Paseo de Diego y otros espacios urbanos de Río Piedras.

La fecha me trae a la mente el cuento titulado “agosto 25” de Jorge Luis Borges, donde un Jorge Luis Borges de 61 años encuentra a un Jorge Luis Borges de 84 años en un cuarto de un modesto hotel en Adrogué. En el relato fantástico, el narrador (el Borges más joven) y su doble (el más viejo que está a las puertas de la muerte) conversan sobre cosas que los coyuntan: el pasado común, la previsión de un futuro para uno que es ya pasado para otro, los dos lugares comunes desde dónde están y no están (el cuarto del hotel y un dormitorio en la casa de la familia del autor en la Calle Maipú), la literatura y sus referencias, las especulaciones sobre cuál de ellos es real (o son reales), quien está creando a quien. Se menciona que la lógica que puede hacer viables estas anomalías de presencia puede ser el sueño (el soñar). Tenemos la impresión al leer el relato de que la reunión es posible en virtud de una no-linealidad (o curva) espacio-temporal. Es extraño, sin embargo, que en el mismo no se discuta la dificultad que implica la disparidad en percepciones de tiempo (en cómo uno vive lo temporal) que pueda haber entre dos “yo” a distintas edades: el desfase del Borges de mediana edad con el de su yo anciano. (Hablamos aquí de un tiempo subjetivo, duración Bergsoniana.) Aún si el encuentro es posible, ¿sería posible la comunicación, la sintonía?

Eugène Ionesco en su “Diario en migajas” (“Journal en miettes”) escribe que cuando tenía siete u ocho años: “Un día, una hora me parecían largos, sin límites. No veía su final. Cuando me hablaban del próximo año tenía la sensación de que el próximo año no llegaría nunca.” Yo también recuerdo algunos años de mi niñez, de mi adolescencia, como si fueran vidas completas. Después los mapas temporales parecen adquirir distintas (más pequeñas) escalas. Todavía en escuela de medicina el tiempo cargaba substancia, viscosidad en su paso. En años recientes se ha vuelto rápidamente liviano (es la sensación de la que dicen “los días pasan sin uno darse cuenta”), casi desechable.

Al volver de Nueva York, en el Paseo de Diego, a principios de mes sentí algo que ahora encuentro con sorpresa exactamente fraseado releyendo a Ionesco: “El presente había desaparecido; ya no hubo para mí mas que un pasado y un mañana, un mañana sentido ya como un pasado.”

Hablo de ese sentir el tiempo ya no como un momento vivo, ni como una progresión (como un presente que sigue a otro presente), sino como un estaticismo donde pasados coinciden con futuros que se muestran extrañamente quietos, entre ya experimentados e irónicamente sonrientes. Es en este sentir (en esta rebelión contra el momento de presencia) que surge la idea del quiebre. Un quiebre ya pasado y por pasar. Un rompimiento necesario con mi práctica de relacionarme a realidades, a personas, a estructuras de acción y pensamiento, entiéndase un quiebre en/de mi práctica teatral.

Por muchos años dirigir teatro para mí realmente era dirigir tiempos. Quienes reparaban en las acciones o imágenes de mis montajes no se daban cuenta de que eran sólo puntuaciones temporales. Tiempo que deseaba controlar (la cronometrización de diálogos en ensayos) que enseñaba a mis actores como tallar, amasar fluidamente, alargar, caotizar, partiturizar, para lograr ciertas energías (Richard Schechner utiliza el término “carved time”). Ahora, esparcidos entre secuencias que todavía aspiran a cierta exactitud, han surgido lagunas de tiempos más libres: improvisaciones, actos cotidianos con sus tiempos cotidianos (alguien podría hablar de “tiempos performáticos”), aperturas de posibilidades de repeticiones hacia el trance o hacia el vacío, periodos donde no pasa nada o no tiene que pasar algo determinado. Cierta invitación a que el tiempo sorprenda, truque, a la misma vez que un deseo de trucar.

Elizam Escobar lo hace. En el antidiario escribe conscientemente entradas con fechas erradas. Tadeusz Kantor, con menos ingenuidad, revisaba sus itinerarios y notas pasadas, les añadía, los elaboraba y les ponía a estos cambios fechas de hace muchos años, engendrando un archivo dinámico, falseando el récord del tiempo (generando descaradamente su propia historicidad). En mi caso, esta es la única entrada de este blog que hasta ahora he publicado el día cuando la he escrito. Pero aún con esta ludicidad, aún cuando la escritura en un blog pueda ser analizada como un performance, la escritura de un blog de por sí no es performance.

Y aquí me atrevo a volver a Borges.

Tengo la impresión que el código que descifra la realidad de su relato no es el sueño (como lo indica falsamente el autor), sino lo que el relato de por sí es: la escritura, la ficción. (Aún si nos adherimos a la idea del sueño todavía hablamos del sueño dentro la ficción). Como enunciación/escritura con enunciador/escritor, la ficción parte del tiempo del Borges que la escribe. Lo interesante es la insistencia del texto (casi su misión) de afirmar la existencia de ambos Borges en un mismo nivel de realidad. Así podríamos decir que dentro del cuento se sugiere la necesidad de otro cuento, escrito por el otro Borges, un cuento distinto, escrito en su propio tiempo de vida (el del Borges muy viejo), que valide la multiplicidad.

Se me ocurre también otra solución al problema. Consideremos, por ejemplo, el escrito (sus significados, sus gestos) como algo dinámico (recordemos a Roland Barthes), que se genera y regenera en el acto de lectura, o sea el texto como algo que surge al los lectores leer. Si propiciamos las circunstancias de lectura, su espacio físico y condiciones de luz, si tenemos lectoras preparadas para leer el cuento, lectores que saben de lo que el cuento trata (como los espectadores de la tragedia griega), que conocen al escritor y saben que el cuento cae dentro de su canon, que lo anticipan, que están familiarizadas con todas las acciones y parafernalia de la lectura como evento, ¿acaso no podrían leer el cuento sin la necesidad de la escritura del cuento mismo? ¿Extraerlo de la escritura aleatoria en las paredes, de la página en blanco? (Imaginar un cuento, una escritura donde la escritura sea la carencia de escritura misma o la oralidad sea la ausencia de sonido, de habladores: la alucinación de lo escrito o lo contado, el liberar a quien escribe o dice, soltarlo, dejarlo ir como sujeto accionador, pasado o presente, entenderlo como una ausencia, no sólo como una ausencia en el tiempo sino como una ausencia esencial, donde todos los Borges escritores compartan la misma nulidad, donde la posibilidad de un Borges ficcional que haga real el cuento que nunca escribió sea sólo una de las operaciones de la soledad de los lectores ante la disolución del otro. Entiéndase, del otro como artista.)

Notas:

  1. La ingenuidad de recrear una escritura sin su presencia no es ajena al mundo borgiano (véase, por ejemplo, “Pierre Menard, autor del Quijote”). Así, si bien lo que se propone de parte de las lectoras (la percepción de un vacío generador) parezca para nosotros un acto imposible, esta imposibilidad lo acerca al universo mismo de “agosto 25”.

  1. Hoy, la preocupación de que una escritura de blog pueda ser concebida o no como performance, ha sido sobrepasada en mí por la inquietud (el temor) de que los performances presenciales del Festival ya no puedan ser experimentados como performances, que en su fuero, accionadoras y espectadores, luchen desesperadamente por asirse al momento porque sospechan, no que el momento se les va, sino que la capacidad de vivir el momento ya ha escapado el momento mismo.

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