agosto 13
El 4 de agosto el Instituto de Cultura Puertorriqueña emitió la convocatoria para la Campechada 2016. La misma, enfocada en proyectos de artes escénicas, viene en un año donde el auspicio de este organismo a proyectos de teatro de tema libre a través de convocatorias abiertas parece haber mermado o estar en hiato. La sobrevivencia del evento, esto es, de La Campechada como evento, da la impresión de emerger de momento como un residuo de la vieja "cultura del mecenazgo" (término utilizado por los maestros empresarios creativos que ahora recorren los pueblos en talleres motivacionales de autogestión) para marcar cierta celebración o fiesta, cierta visibilidad o tradición.
La tradición adquiere sus atributos en virtud del poder de convocatoria del evento, su escenificación en espacios públicos abiertos, su apertura a todo tipo de público, su trayectoria de años (seis), su institucionalización (oficialidad) y su conexión a la historia y a legados (en este caso de la pintura puertorriqueña). Algo residual se puede evidenciar en el formulario de solicitud utilizado, una variación de los documentos empleados en las antiguas convocatorias a los festivales de teatro y producciones independientes de la Sección de Artes Escénico-Musicales (antes Teatro y Danza) del Instituto. Si los comparamos con estos, hay flexibilización de requisitos: ya no se piden otras certificaciones gubernamentales, no se pide colegiación actoral, ya no es indispensable un texto teatral como base del montaje, se mencionan categorías como performance y arte circo. Todavía la forma pide incorporación del solicitante como entidad sin fines de lucro y número de seguro social patronal, nombres de personas asignadas a posiciones o roles según un montaje teatral tradicional (aunque estos renglones puedan ser modificados) y sinopsis de la pieza y descripción del concepto de sólo un breve párrafo cada una. La redacción de convocatoria y solicitud también sugiere que el puente interdisciplinario abierto para estos apoyos de la Campechada es de artistas escénicos que quieran relacionarse a la obra del pintor [dejando impreciso cómo proceder si el proyecto que artistas quisieran proponer y para el que se necesitarían fondos de similar magnitud sería la creación de una instalación, exposición, concierto (nuevas composiciones musicales), investigaciones abiertas, o talleres, por ejemplo]. Los espacios físicos se delimitan aún más que en otras Campechadas, reduciéndose a sólo dos, la Plaza del Quinto Centenario y el Cuartel de Ballajá. imposibilitando así proyectos cuya idea parta de exploraciones sitio-específicas ligadas a otros espacios. También requiere hacer 3 funciones de la pieza, lo cual implica hacer 2 funciones el mismo día. [Pienso en la consigna actoral de mis piezas como intensidades energéticas. Si mis actores sienten que pueden hacer una segunda función después de terminar una el mismo día, el montaje probablemente no está funcionando.]
Al mirar hacia los trabajos de nuestra compañía, Casa Cruz de la Luna, del 1998 hasta hoy, comprendo cuánto los mismos fueron formados por convocatorias, por los mecanismos de las propuestas. Por ejemplo, por la necesidad de producir piezas nuevas cada vez, de ir proyecto a proyecto, cada obra como una transitoriedad. [Una instancia particular extrema donde se resalta la creación de la pieza como algo exclusivo para el evento lo vemos en la convocatoria de la Campechada 2013 donde la familia Tufiño emitió una carta indicando que el uso de las imágenes y referencias visuales a las obras del Maestro incorporadas en las obras escénicas claudicaba después del fin de semana de las presentaciones, convirtiendo las creaciones en piezas de ocasión.]
Hemos vivido esa época de constricción de procesos de creación a tiempos limitados por el calendario de la propuestas y de sus desmbolsos. En este sentido, la apertura de la convocatoria para la Campechada 2016 el 4 de agosto para someter una propuesta en o antes del 19 de agosto y presentar la obra el 22 y 23 de octubre de este mismo año resuena como un llamado a producciones apresuradas.
Me doy cuenta que en este pasado de propuestas no hubo suficiente pensamiento, escribir, documentar sobre la marcha, entrenar (sobre ensayar), repetir el montaje (desarrollar un montaje a través de su repetición), expandirse.
Algunos programas de ayudas hoy vigentes, como “La Espectacular”/Casa Ruth Hernández, las residencias del Centro de Bellas Artes de Santurce y “El Serrucho” y “La Práctica” de Beta Local , se distinguen todos por haber simplificados los requisitos fiscales a artistas y compañías, por acogimiento a trans-disciplinas y por variados énfasis en procesos. Hay delimitaciones de tiempo (la mayoría con apoyos de alrededor de un mes, “La Práctica” siendo el apoyo más largo, nueve meses ), pero hay un impulso, un deseo de desarrollo/ de fomento. También lo hay en la organización de La Campechada (en su afán de conectar artistas con públicos más grandes y populares, en sus vectores interdisciplinarios, en su responsabilidad al ajustar las características del evento y el número y cantidad de ayudas a los recursos disponibles, en su sobrevivencia). Es sólo que no creo que ya pueda conciliarlo con mi práctica [con la necesidad: no de hacer, sino de cómo hacer (de la forma de hacer), que surge en esta etapa].
Aún las ayudas económicas prometidas – cuatro donativos a cuatro compañías o artistas, dos de $5,000 y dos de $7,500 – se vuelven borrosas cuando considero que por años nos quedamos esperando pagas de rembolsos de restantes de propuestas del Instituto, que en cantidad pudieran haber sumado uno de estos donativos: dos que nunca vinieron, otra que no viene (ya hace más de un año). Dinero para el arte (la búsqueda de dinero para el arte) ya como algo “feofíceo”, algo de “falsos tallos y falsas raíces” (según aparece la palabra en “El cuento de la Mujer del Mar” de Manuel Ramos Otero para referirse a la Isla y al amor).
Y, sin embargo, en medio de estas desafinidades, la convocatoria lanza su seducción (el pintor/la pintora). Ese intento furtivo de sobrecogernos. En este caso una solaridad (Elizam Escobar). Algo cercano a un ineludible compromiso, tal vez. Ni más ni menos que un punto de fuga.